moposmocon

texto,
revista plot #65
2022, argentina


nicolas d’angelo


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No sé cuándo apareció la idea del regreso de una sensibilidad posmodernista, de recuperación de una soltura o desprejuicio en el uso del lenguaje, y de renovación de un interés por la presencia de la forma histórica en los edificios, en la ciudad. Tendencias estas que parecen repetir o reeditar otras anteriores, en un ciclo que es en sí mismo un oscuro y bello ejemplo de la ineludible y final mecánica posmoderna: redundancias que pueden producir cancelación, potenciación o nada, sólo cambios momentáneos de foco.

En un estado posmoderno nada viene o va, ninguna condición es claramente buena o mala. Antes esto solía atraerme, ahora también me produce hastío. A veces pienso que es saludable, otras enfermizo, y sospecho que esta doble condición de gusto y disgusto es algo que importa remarcar. Cansa la Posmodernidad como época, como mecanismo cultural que engulle y regurgita todo, como fuerza mayor y como encierro, como habitación espejada o empapelada con las estructuras lingüísticas de muchos otros momentos.

Pareciera que, en un estado posmoderno, que es un estado hecho de estados en discontinuidad espacial y temporal, la acción de valorar, de atribuir valor, se vuelve una dificultad. Ocurre una especie de desregulación del valor que en principio parece ser democrática, antidogmática, pero que también es estéril. Sucede que una regulación del valor no puede operarse ni en base a un control de campos de información ni a partir del desarrollo tecnológico, si no están infundidos de algún tipo de contenido ideológico, de tensión. La realidad Posmoderna, en la que es fácil opinar y difícil construir acuerdos, funciona como un marco de multiplicación de sensibilidades que esteriliza la práctica del debate, dificulta la construcción de consenso. Se produce así una especie de estado de desconfianza, de discapacidad, en relación con lo ideológico.

Una de las formas de ver la posmodernidad, la muestra como una versión ennegrecida o maldita de la modernidad; una instancia final, extendida, en la que la necesidad moderna de sustitución, ruptura, reemplazo, se vuelve virulenta y contraria a si misma; en la que el plan moderno de dominación y control de ‘lo otro’ se dirige contra un ultimo objetivo: el cuerpo. Si la mente es el punto cero en una serie de objetos portadores y transmisores de información entre los que se encuentran el libro, la televisión, la computadora personal, y los dispositivos portables, los sucesivos cambios de forma y formato hacen una especie de arco que parte del cuerpo, alejándose para volver gradualmente sobre él. En este movimiento subsiste una búsqueda de universalización, de unificación, que acaso es moderna, pero aparece también una competitividad con el cuerpo, la posibilidad de su sustitución.

Modernidad y posmodernidad pueden verse también juntas, como partes de un todo mayor, más general, que podría llamarse “evolución”. La ilusión posmodernista de ver utilidad en el acto de recuperar tiene un peso equivalente a la ilusión modernista de ver utilidad en el progreso: pequeños pasos hacia atrás o hacia adelante dados en un inmenso barco a la deriva.

Si lo moderno es afirmativo e idealista, lo posmoderno es opositor, informático, fragmentador. Lo moderno se ocupa de la persecución de futuros, de ideales de futuro, su ilusión de superar el presente es como una neurosis. Lo posmoderno se ensancha en la confusión y la mezcla de tiempos, en su aplanamiento en una especie de presente perpetuo, en desconexión, como una esquizofrenia. Sin embargo, con relación al tiempo hay dos estados que podrían tocarse: uno, nombrado en el texto moderno, es la epifanía, que si bien implica una forma de síntesis de disparidades factuales y temporales, es decir un intento de trascender el presente, también supone una rotura con la continuidad temporal, una forma de hundimiento en el presente; y otro, nombrado en el texto posmoderno, es la Jouissance [goce], que retrata el pasaje de la lectura a la escritura, de la expectación a la inmersión.

Creo que en el pasaje entre modernidad y lo posmodernidad ha quedado destituida la idea de vanguardia, desdibujada, debilitada por su propia multiplicidad, por la confusión producida por sus propias versiones sucesivas y provisionales. Un artículo que leí hace un tiempo sobre las tapas de la revista ‘The Economist’, las llamaba “indicadores reversos”. Lo que explican y prueban en el tiempo estos “indicadores”, es que las tapas no son en realidad espacios de revelación de tendencia, sino lo contrario, lugares a los que las tendencias del mercado llegan cuando ya hicieron pico y están en proceso de retracción. Lo nuevo, la novedad, es ya una construcción a sostener mas o menos esforzadamente.

La suma capacidad de memoria puede totalizar pérdida, volver insignificantes no solo los hechos y los recuerdos, sino también las conjeturas, las esperanzas, los anhelos. Pensando en “Funes el memorioso” (Borges, Jorge L.: 1942) y también en la actitud blasé (Simmel, Georg: 1903), me pregunto si cuando Lyotard o Foucault hablaban de fragmentación prefiguraban niveles que terminarían constituyendo una especie de homogeneización muerta, de continuidad inmune. (Una catedral es todas sus versiones y también su ausencia, su desaparición).

Si la instrumentación del lenguaje posmodernista en arquitectura opera mas sobre el plano (fachadas, plantas) que sobre el espacio, ¿en qué medida esto se debe a que las regulaciones en arquitectura controlan más directamente la configuración espacial de los edificios? En el tejido de la ciudad existe cierta inmutabilidad programática derivada de los códigos, como si con el tiempo lo único que pudiera ir cambiando es lo relativo a la geometría de superficies, fachadas o plantas, pero no a la reformulación de cuestiones más profundas. Es observable que la atención a superficies, la falta de profundidad, o la chatura, y como consecuencia la presencia tacita de oquedad tras el plano, forman parte de un tipo de desmantelamiento, de un registro posmoderno.

Los edificios pueden hasta resultar como banderas. Construcciones huecas, que introducen la posibilidad de lo hueco, de un cuestionamiento a lo sólido y ponderación de lo hueco. Un edificio como el Museo Real de Ontario (Daniel Libeskind, 2002), funciona como lo opuesto a la estructura que sostiene cualquier esquina innominada de la ciudad: como bandera, como pantalla, como un artefacto únicamente útil para validar una continuidad de estados de guerra, un exceso de materia hueca presentada para movilizar la imagen del edificio bombardeado, cuando en realidad pertenece a un sistema socioeconómico que ya garantiza su resguardo de bombardeos verdaderos. Material excedente, hueco, una forma de poner en el lugar del silencio una estruendosa retórica del vacío patrocinada por el poder.

Un texto como ’Learning from Las Vegas’ (1) representa, acaso, lo opuesto a lo popular: no es verdaderamente anti-elite ni anti-avant-garde, sino aleccionador, induciendo desde el titulo el trastocamiento de los términos “aprender” y “enseñar”; es en realidad moderno, porque parece tener un plan de acción, parte de un plan maestro; retrata nuevos espacios de recalada del poder, mediatizado, diseminado, sin voluntad de reconocerlo para antagonizar. La consideración de lo popular no parece haber transformado la operatividad disciplinar de la arquitectura, su productividad cultural, mas allá de la implementación de lenguajes, desandando recorridos inversos anteriores de masificación del diseño como la Bauhaus o los Eames. Hasta los 60’s tardíos es común leer textos de John Cage o Morton Feldman, en los que se cuestiona el ámbito académico como espacio de productividad (’To the students in the school from which we’ll never graduate’, dedicatoria de John Cage en su libro “Empty Words: Writings ’73-’78”) (2). Parece ser, en cambio, que en arquitectura el repliegue de lo disciplinar hacia lo académico ha sido fuerte y continuo.

A veces siento que lidiamos solo con fósiles. Trabajamos con espejismos, con imágenes de originales, con imágenes de imágenes, etc., buscando deformación, transformación, sin abrazar la mera repetición (3). Vernos dentro de un presente perpetuo hecho de tiempos solo permite experimentar un optimismo efímero e ilusorio. El presente es finalmente como una jaula en la que no podemos imaginar futuros, creer en la idea misma de futuro. En cualquier reclamo y añoranza de futuro la modernidad vive, la transmisión de su impulso vital supera su desaparición.

El producto último de la posmodernidad es el sabelotodo. No importa si es máquina, persona, o una mezcla de ambas. El sabelotodo es el enemigo de la integración porque aspira a ser portador del conocimiento total, y el conocimiento total neutraliza el primitivismo necesario para interconectar, participar, sintetizar. Algunos antídotos contra el ruido del “clasificacionismo” posmoderno son el olvido, la pérdida de atención o su bloqueo por la aparición de lo extraño. Por ejemplo, la música; el abandono, la renuncia, el rezo; toda forma de lo físico, cuerpos, edificios; cualquier versión de lo frágil, la enfermedad, el dolor.

Una forma de utilidad puede encontrarse en la constitución de distintos tipos de freno, como el que interpone delicadamente un ciervo parado en la autopista en la película “Stanno Tutti Bene” (4). Por mi parte, cada vez oigo menos, tengo menos paciencia para lo que no es “la cosa”, cada vez menos paciencia para lo que signifique no poder llegar a estar en, o sobre, “la cosa”.

Algo de eso esta presagiado en el ensayo ‘Against Interpretation’, de Susan Sontag: “En una cultura en la que el dilema clásico ya era la hipertrofia del intelecto a expensas de la energía y la capacidad sensual, la interpretación es la venganza del intelecto contra el arte. Aun mas. Es la venganza del intelecto contra el mundo. Interpretar es empobrecer, vaciar el mundo, y así armar un mundo de ’significados’. Es convertir el mundo en este mundo. (¡Este mundo! Como si hubiera otro). El mundo, nuestro mundo, esta suficientemente vaciado, empobrecido. Desechemos todos los duplicados, hasta que podamos experimentar mas inmediatamente lo que tenemos.” (5)

Se trata de imaginar un tipo de continuidad en el tiempo. Si el posmodernismo aparece en oposición al modernismo, es válido imaginar un movimiento hacia adelante, una tercera alternativa inclusiva, que no emerja por oposición, que contenga la posibilidad de rebelión diseminada y también la de universalidad, confluyendo en un nuevo equilibrio hecho de desequilibrios.

¿Cómo podría caracterizarse una época que integre la conciencia y reivindicación de la otredad posmoderna con la necesidad de sublimación y meta-articulación moderna? En música se adoptó el término ‘Contemporáneo’ para calificar un campo de acción actual, aunque con espesor, con movilidad a la vez lateral y hacia adelante. ‘Contemporaneidad’ puede ser el espacio y el tiempo de coexistencia, de inter-productividad de las sensibilidades moderna y posmoderna; el acaecimiento integrado de todos sus modos espacio-temporales: continuidad, disyunción, universalismo, individualismo, crisis, progreso.

Sería como fundir utopía en heterotopía: una heterotopía de utopías, igualables en relación con determinados propósitos y diferenciables con relación a otros, en ambos casos con posibilidad de informarse, interrelacionarse... es decir, en ciertos momentos yuxtapuestas y en otros combinables... La comunicabilidad, la “satelitalidad”, tienen que servir para algo... Hasta el reconocimiento y el intento de entendimiento de diferencias, puede (¿debe?) tener una función utópica, unificadora… Tiene que haber una forma general de unir las partes, una forma de continuidad no premeditada y a la vez totalmente consciente, una suerte de impulso eléctrico, de religiosidad eléctrica… esto también puede llamarse “proyecto”. -

moposmocon

text,
plot magazine #65
2022, buenos aires

nicolas d’angelo




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